“Todo mentía, todo era hediondo, todo rezumaba engaño y simulaba tener sentido, felicidad y belleza, cuando no era más que podredumbre encubierta.” Siddharta.
Las redes sociales no son imparciales, si no eres un robot y las usas, te van a joder por un lado, o por otro. Diseñadas por personas con intereses ocultos —y con sus sesgos particulares—, buscan que permanezcamos el mayor tiempo en ellas, y no tendrán piedad para alcanzar su último fin: ser rentables. Tú y yo, somos la moneda de cambio.
Un verano más, Instagram se llena de millones de fotografías insípidas, de viajes desaboridos. Fotos únicas y al mismo tiempo, repetidas y despersonalizadas. No consiguen destapar ninguna emoción en los ojos que las transitan. Mismos lugares, mismas poses, mismos filtros, mismos pie de foto. Millones de personas agotadas porque quieren parecer exitosas en lugar de ser exitosas.
La captura del momento del Otro llega a tu teléfono incluso antes de que la experiencia haya terminado. En la cultura de la inmediatez todo debe ser compartido en tiempo real. Cada día vomitarán el mejor souvenir de sus viajes para que puedas saborear el pack completo.
Su pasión es comprar billetes para hacer la foto. Como si de una obligación se tratara, no se irán a dormir sin haber hecho check en mantener actualizado el escaparate hacia el Otro. No son capaces de recordar en que países han estado, ni conocen la historia o cultura de allá donde van. No viajan, son viajados.
Carlos Javier González en Una filosofía de la resistencia reflexiona sobre como nos hemos convertido en un producto para los demás, dejando lo humano cada vez más de lado:
“Las redes sociales nos invitan a exponer sin descanso nuestras vidas, a convertirlas en un ocioso y liberticida escaparate que genera un exceso ruido. El yo se convierte en un producto más de consumo que debemos exhibir ante un Otro amenazante e indeterminado. Gran parte de nuestra vida ha quedado supeditada a valores comerciales: somos lo que presentamos y exponemos de nosotros. Las redes sociales se han convertido en un grotesco centro comercial donde consumimos experiencias de otros.”
No me malinterpretes, compartir es natural y sano. Igual que lo es viajar y conocer mundo. Somos seres sociales, la felicidad compartida sabe mejor. Nuestra historia está escrita por exploradores y aventureros, ¿pero a quién estamos compartiendo nuestra vida? ¿En quién estamos invirtiendo tiempo? ¿A quién se lo estamos quitando? Me ilusiona cuando personas a las que quiero me comparten de manera única, genuina y personal fotografías de sus viajes. Hemos sustituido las tardes con amigos en nuestra casa compartiendo anécdotas e historias por likes. Hemos dejado de compartir para únicamente exhibirnos ante el Otro. La sociedad nos juzga con métricas equivocadas y nosotros perpetuamos las corruptas dinámicas sociales.
Igual que pasa con el deporte, donde ya no basta con entrenar, sino que también hay que mostrarlo, se nos insta a compartir todos nuestros viajes y vivencias. Se justifican en el deseo de inspirar a otros y mostrar los rincones del mundo “desconocidos” a otras personas. Otros simplemente lo exponen como parte de su estilo de vida. También hay quien, sin mucha reflexión, se dedica solo a imitar a sus influencers favoritos. En esta exposición lo que premia no es tanto el compartir experiencias como obtener cierto rédito o capital social.
Es aquí donde aparece la necesidad de averiguar el verdadero motivo de nuestra necesidad de cruzar medio mundo en cuanto tenemos un poco de libertad. De rebuscar en lo más profundo de nuestro Yo, de ser honestos. ¿Buscamos nuevas aventuras o nos atormenta la necesidad patológica de huir de una rutina que aborrecemos?
El bueno de Michel Houellebecq reflexionaba sobre esta necesidad imperante:
“En cuanto tienen unos días de libertad, los habitantes de Europa occidental se precipitan al otro confín del mundo, cruzan medio planeta en avión, se comportan literalmente como si acabaran de fugarse de la cárcel. No los culpo; yo estoy a punto de hacer exactamente lo mismo”.
Las verdaderas vacaciones
No tenemos que huir a la otra parte del planeta simplemente porque tengamos unos días de libertad. Más allá de la necesidad poco saludable de exhibir nuestras vidas y viajes en redes sociales, hemos olvidado la relación que tenían generaciones pasadas con las vacaciones y el descanso. Mi querida amiga, Claudia Cuevas, escribió estas líneas recientemente en un artículo para El País que me parecen un acierto:
Mis padres solían pasar el verano en alguna playa de la costa española, entregándose al sol y olvidando el yugo del reloj. Dedicaban las vacaciones a descansar, la obsesión moderna por aprovechar cada segundo no lo había impregnado todo. Sabían estar quietos. No tenía en mente el viaje a Tailandia ni la necesidad de subirse al carro de todos los festivales. Las fotos se tomaban para el recuerdo, no tanto para la exposición. Entendían mejor la vida, sabían que no está para contarla a los demás, sino para vivirla junto a ellos. Creo que nunca acabaremos de aprender de ellos, de esa capacidad de dar espacio a la quietud, de no agendarlo todo, de no pedir tanto a la vida.
Ya no utilizamos las vacaciones para descansar, ahora solo queremos tachar países con una moneda en un mapa de AliExpress. Acumulamos historias destacadas en nuestro perfil de Instagram como si fueran cromos. Muchas fotos y pocos recuerdos. Muchas vivencias y pocas experiencias. Todo es hediondo, yodo rezuma engaño, aunque simule tener sentido, felicidad y belleza.
Este texto es un recordatorio a mí mismo sobre la finitud de nuestro tiempo. Obsesionados con aprovechar cada segundo al máximo, nos olvidamos de por qué hacemos lo que hacemos. Esta falsa libertad, únicamente nos controla y nos subyuga.
Me despido con una cita de Rousseau:
“Criado en la libertad más absoluta, el peor de los males que concibe es la servidumbre. Compadece a esos miserables reyes, esclavos de todo lo que les obedece, compadece a esos falsos encadenados a su vana reputación; compadece a esos voluptuosos de parada que entregan su vida al aburrimiento para aparentar placer”.
Elige lo que es bueno para tu alma, no para tu ego.
PD: gracias por seguir leyendo estas reflexiones y dedicarme un trocito de tu atención. Lo valoro de todo corazón 💛
David.
Pasar todo el año en un contexto que aborreces, para escapar 5 días a otro lugar con todo incluido, y vivir 'a cuerpo de rey' ese tiempo. La idea del 95% de la población. Y claro, llegada la oportunidad, como para no compartir hasta el momento de lavar los dientes. Que el vecino vea que estás mejor que él. Hasta que vuelvas.
Saludos !! Escribo desde CDMX ( Ciudad de México). Felicidades por este newsletter ! Ya lo tengo como fijo en mi lecturas de reflexión y filosofía. Respecto al tema de las redes sociales y la importancia que mucha gente da a la selfi y a subirla asap a sus redes, justo hace unos días reflexionas y comentaba con mi hijo, Ulises, ese comportamiento que se deriva de la necesidad muy humana de sentirse que pertenece a algo, lo que sea!! Y de sentirse “aceptado “ (likes), que los de mi generación ( tengo 56 ) las cubríamos en vivo y a todo color las vivíamos en carne y hueso !! Y que ahora se “satisfacen” virtualmente a través de las redes sociales virtuales, que al no llamarlas por su nombre completo, omitiendo la última palabra empezamos el engaño, el autoengaño. Yo sólo WhatsApp para estar en contacto con viejos amigos y familiares que viven en otras ciudades, a los que tengo cerca procuro visitarlos y provocar reuniones regulares, también comparto algunas fotos, pocas realmente, a manera de saludo y para ilustrar alguna conversación virtual. En fin, gracias por provocar estas reflexiones ! Saludos desde CDMX !